Plagas de conejos… ¿híbridos o silvestres? / Carlos Calvete

Fecha: 13-Apr-2023

Carlos Calvete Margolles
Depertamento de ciencia animal.
Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA)
Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2)
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Los daños causados por conejos no es un problema menor para un sector agrícola que anda necesitado de soluciones para paliar este problema. De un tiempo a esta parte se está considerando la posibilidad de que estas poblaciones con sobreabundancia de conejos están constituidas, en realidad, por ejemplares hibridados con conejo doméstico, lo que, al parecer, los haría más grandes, más voraces, más prolíficos y con mayor capacidad para trepar a viñas o árboles frutales. Lo cierto es que, aunque es posible encontrar poblaciones de conejos con rasgos de hibridación debido a la suelta durante décadas de conejos de dudosa genética para repoblar cotos de caza, las “nuevas” aptitudes que se achacan a los supuestos conejos híbridos son también propias de los conejos silvestres. Así, una misma población de conejos silvestres puede producir adultos que pesen casi 2 kg, si han dispuesto de alimento de calidad y en cantidad suficiente durante su crecimiento, o tan solo unos escasos 800 g si el año ha sido extremadamente seco y escaso de nueva vegetación. Como un alimento de mayor calidad también conlleva una mayor capacidad reproductiva y los cultivos suelen ser el principal recurso alimenticio de los conejos, dado que la agricultura ha sufrido cambios en las últimas décadas con la instauración de nuevos cultivos y variedades mejoradas más productivas, es posible deducir que en algunas zonas los conejos puedan ser en la actualidad más grandes y criar más, simplemente porque tienen más y mejor alimento durante la reproducción.

 

Fotografía 1: Ejemplo de daños en parcelas experimentales de cultivo de soja a pesar de estar protegidas por malla electrificada y malla plástica. En el primer recinto se observa el agujero por donde entran los conejos.

Por otro lado, la capacidad de trepar a viñas y árboles es también un comportamiento típico de esta especie. Los conejos silvestres están muy bien adaptados a soportar condiciones extremas de carencia de alimento y agua. Si no encuentran forraje, pueden alimentarse de raíces y cortezas de arbustos y árboles de mediano tamaño a los que trepan mediante un salto sin mayor dificultad, por lo que la corteza y los brotes tiernos de árboles frutales y vides se pueden convertir en un recurso alimenticio importante para sobrevivir cuando las condiciones vienen mal dadas y no hay otra cosa que comer. Lógicamente, a mayor densidad de conejos, antes se agota el forraje a nivel del suelo y hay más probabilidad de que los conejos se conviertan en “trepadores”, sin que este cambio de comportamiento inducido por la necesidad de sobrevivir implique ninguna hibridación.

Fotografía 2: La implantación de cultivos de regadío en zonas de secano intensifica la reproducción de los conejos durante la primavera por la sobreabundancia de forraje fresco. Cuando en verano el forraje escasea, los conejos recurren a la corteza de arbustos y cultivos para subsistir. En la foto cultivo de almendros en regadío.

Para entender el porqué de esta creciente abundancia de conejos hay que tener en cuenta que para soportar la elevada mortalidad por predación, los conejos evolucionaron para reproducirse eficazmente y de manera oportunista durante los períodos de crecimiento de la vegetación natural, menos nutritiva que la mayoría de los cultivos actuales, de tal manera que la agricultura ha supuesto, en general, poner a disposición de los conejos un recurso alimenticio que propicia una mayor reproducción. Consecuentemente, conforme los usos agrícolas del suelo se han ido extendiendo también lo ha hecho la abundancia de conejos, así como los daños causados a la agricultura. De hecho, existen registros de más de 2000 años de antigüedad en los que ya se detallan este tipo de conflictos, aunque basta con retroceder al siglo pasado para constatar que en los años 50 ya se introdujo deliberadamente el virus de la mixomatosis en Francia para reducir las densidades de conejos y salvaguardar las producciones agrícolas. Este virus se propagó a la Península Ibérica reduciendo drásticamente las poblaciones de conejos durante varias décadas, dando un respiro a la agricultura, situación que se acentuó todavía más a partir de finales de los años 80 con la aparición del virus causante de la enfermedad hemorrágica del conejo, más letal y transmisible que la propia mixomatosis.

Durante varias décadas, hemos permanecido en esta situación de pocos conejos y relativa calma. Sin embargo, durante este tiempo los usos agrícolas del suelo han evolucionado con mejoras constantes de producción, se han creado grandes infraestructuras de red viaria que facilitan refugio casi “blindado” a los conejos mientras que la población rural, aquella que podía cazar conejos para comer o comerciar sin casi ninguna restricción, ha disminuido drásticamente, dando origen a lo que hoy conocemos como la España vaciada, en la que además, la caza del conejo se practica actualmente de forma reglada y por un colectivo de cazadores que es cada vez menor y más envejecido. Mientras la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica han actuado como un control natural se ha vivido una especie de feliz “tregua” para la agricultura. No obstante, ambas enfermedades víricas han reducido progresivamente su impacto negativo, de tal manera que las poblaciones de conejos están cada vez menos limitadas para crecer y extenderse en los actuales agrosistemas, los cuales les ofrecen más y mejor alimento para reproducirse. Además, las infraestructuras actúan como corredores por donde pueden dispersarse más rápidamente, beneficiándose a su vez de la práctica ausencia de una población rural que los explote como recurso y de un mermado sector cinegético que a duras penas puede controlar la sobreabundancia de conejos, tanto por ser un sector en declive y cuya actividad es eminentemente lúdica (no profesional) como por la elevada capacidad de las poblaciones de conejo para compensar la caza de ejemplares.

Fotografía 3: Las madrigueras de los conejos pueden dañar gravemente infraestructuras y otros elementos de conservación del suelo. En la foto, talud desmoronado en su totalidad debido a la entrada de agua de lluvia torrencial por el interior de las madrigueras que los conejos habían hecho a lo largo de toda su longitud.

Esta creciente densidad de conejos, por lo tanto, se debe simplemente a la concurrencia de factores naturales y de cambios sociológicos en el ámbito rural y en los usos agrícolas, por lo que la previsión es que el conflicto siga aumentando. Dado que supone un gran problema para los sectores productivos afectados, es necesario buscar soluciones que compatibilicen la rentabilidad agrícola y la conservación de los agro-ecosistemas, si bien la solución no es fácil, ya que a la complejidad del problema se le añade la escasa coordinación que parece imperar entre los diferentes sectores implicados (incluidas las administraciones), por lo que la desesperación que se va apoderando de muchos agricultores es lógica y legítima. Este desconcierto se ve agravado por la aplicación de manera desordenada de herramientas de gestión/control, algunas de dudosa eficacia y, lo que es peor, sin apenas monitorización de los resultados conseguidos, lo que imposibilita obtener información contrastable y de calidad para evitar seguir dando palos de ciego en la solución al problema. Por este motivo, desde hace varios años se viene demandando un plan integral de gestión del conejo silvestre que ordene todas aquellas actuaciones orientadas tanto a promover y conservar una especie tan importante, allí donde es escasa o ha desaparecido, como para controlarla donde sea necesario, permitiendo la generación de información de calidad que sea pública y accesible y que revierta en un manejo integral cada vez más eficaz de la especie, pues mirar hacia otro lado no hará que el problema desaparezca.